PRENSA COMUNAS- Mientras
uno avanza por la carretera, el municipio Tubores se va diluyendo en
algunos caseríos aislados, y a los costados se extienden kilómetros de
tierra árida, cubierta de vegetación rala. En el horizonte, luego de una
loma, aparece el mar Caribe en toda su plenitud, una extensión
verdeazulada que lo abarca todo más allá.
A simple vista, la planta procesadora de
pescado parece vacía. Es como una isla de edificaciones en medio del
desierto margariteño, abrasado por el sol. Sin embargo, una vez
traspasado el portón de entrada, se comienza a respirar el olor a mar y
pescado que habla del trajín diario del Consorcio Pesquero Islamar.
Luis Benito Marval tiene la mirada
curtida y el rostro ajado de quien se pasó viviendo más tiempo sobre un
bote en el mar que en tierra firme. “Cuando se estaba construyendo la
planta yo había dejado la pesca, era albañil y participé de la
construcción”, relata. Mientras habla pausadamente, continúa atando los
chorizos que se van amontonando en la mesada de acero inoxidable.
En la empresa mixta Islamar se producen
chorizos y croquetas de pescado, que tienen el mayor valor agregado,
debido a la mecanización y el proceso de manufactura. También se
realizan tronquitos de sardina, filetes de merluza y dorado, además de
ruedas de atún.
Con
su voz cansina, Benito cuenta que para incorporar al personal se
realizaron entrevistas en los consejos comunales de la zona, en su caso
el de la comunidad de Guamache. Los mismos consejos postularon miembros
para la mano de obra, y la Misión Saber y Trabajo se encargó de la
selección y la capacitación.
“Son cosas que antes no teníamos, a los
pescadores no nos incluían en las empresas. Los que trabajamos vivimos
acá mismo, y siempre hemos tenido experiencia con el pescado”, afirma
sin desatender su labor.
Todo la materia prima que se procesa en
la planta es aportada por los Consejos de Pescadores de Nueva Esparta.
Las 12 personas que trabajan en esta primera etapa de Islamar,
participan en todas las instancias de la producción: la limpieza y
desviscerado del pescado, el despulpado, la mezcla para los chorizos y
las croquetas, la manufactura y el empaquetamiento.
Benito también dice que antes era
impensado que se consiguiera algo como lo logrado por Islamar. Pero
ahora que la comunidad lo tiene, asegura que lo más importante es
defenderlo a capa y espada. “Me siento parte de la empresa porque esto
es de nosotros. La clave es estar comprometidos y tener ganas de
trabajar”, agrega.
“Yo creo que voy a durar un poquito más,
porque pescando me estaba poniendo viejo muy rápido, aquí la cosa se
emparejó un poco, se aplacó más la vejez, porque lo que es el mar y el
sol lo ponen a uno viejo rapidito”, dice con una sonrisa dibujada en su
rostro.
En
Islamar también trabaja Eleazar Villarroel, un pescador de 73 años que
vivía en Los Roques y se devolvió a su Margarita natal para ser
vigilante, porque la faena en altamar se le hacía cada vez más difícil, y
de ahí pasó a trabajar en la planta. Así como Maryelis León, una joven
madre soltera, cuya timidez se trasluce en una sonrisa nerviosa mientras
cuenta que trabaja con amor y eficiencia para que el pueblo esté
satisfecho con el trabajo que sacan a la calle todos los viernes, en la
feria donde los mismos trabajadores comparten los productos con la
comunidad y los venden a precios solidarios.
Historia de un cambio de paradigma
La experiecia de Islamar ya cuenta con
casi dos años, pero en realidad la idea se había parido mucho tiempo
atrás, en los primeros años de la Revolución. En 2001, una nueva Ley de
Pesca y Acuicultura comenzaba a cambiar el paradigma pesquero,
priorizando lo social y la soberanía alimentaria por sobre el interés
económico de explotación, reconociendo y protegiendo por primera vez la
pesca artesanal.
“Nos reunimos algunos líderes de
pescadores y empezamos a escribir el proyecto de una planta procesadora
donde participara el pescador y pudiera depositar sus productos, para
ser procesados y vendidos directamente al pueblo”, cuenta Luis
Rodríguez, presidente de Islamar y vocero por Nueva Esparta del Frente
Nacional de Pescadores y Acuicultores, un movimiento político del sector
pesquero.
Con
la reforma que se introdujo en la ley, en marzo de 2008, el camino se
allanó para que el proyecto cobrara materialidad. En esa oportunidad,
se respondió a una demanda histórica de los pescadores venezolanos: la
prohibición definitiva de la pesca industrial de arrastre. “Su esencia
es la conservación de los recursos hidrobiológicos, para poder mantener
en el tiempo la existencia de pescadores y de pesca”, puntualiza sobre
la ley Luis, quien forma parte de uno de los tantos Consejos de
Pescadores que hacen vida en Nueva Esparta y que fueron reconocidos como
interlocutores válidos por parte del Estado gracias a la nueva
legislación.
“Nosotros formamos parte de la
elaboración de la ley, entramos en esa apertura de participación que
inició Chávez, y gracias a eso conseguimos este proyecto”, cuenta. La
construcción comenzó en 2009 y la planta comenzó a operar en su primera
etapa de prueba en Agosto de 2012. Actualmente, la empresa mixta destina
el 51% de su producción al Estado, en materia de devolución de lo
aportado en créditos, y el 49% restante se distribuye en los Consejos de
Pescadores.
Según Luis, lo más importante es haberse
erigido como un ejemplo de que otra economía es posible. La pesca en
Venezuela sigue en muchos casos atada a una visión mercantilista, en la
que los intermediarios pagan al pescador un precio para después vender
en el mercado a otro mucho más alto, alentados por el poder adquisitivo
del turista. “Es el mercado quien todavía fija el precio, todavía el
capitalismo está enquistado en esa manera de comercializar”, afirma
Luis.
“La misión de Islamar es trabajar con
socialismo, inclusive con el trueque con los pescadores, cambiando
pescado por productos, por materiales de pesca a precios solidarios para
bajar los costos”, explica. La idea es generar un subsidio al pescador,
para lograr los precios solidarios del producto final hacia la
comunidad. “El compromiso es eliminar al revendedor que aumenta el
precio, para que el pueblo se pueda comer el pescado”, dice Luis. Según
él, la tarea es volver al sentido comunitario que siempre ha tenido la
pesca, que nunca ha sido vista como una mercancía por el pescador sino
como una forma de subsistencia para las comunidades pesqueras.
“La clave es la perseverancia”
El
edificio central de Islamar está dominado por una cámara de frío del
tamaño de una cancha de básquet, una zona para el desviscerado y el
despulpado, y la sala donde se encuentra la maquinaria y en la cual se
hacen los chorizos y las croquetas.
En total hay doce personas trabajando en
esta primera etapa piloto, aunque se estima que en poco tiempo se
resuelva la designación de la nueva Junta Directiva para poder continuar
con la incorporación progresiva de personal y lograr la próxima meta
que es elevar la producción hasta el 50% de la capacidad total. El 100%,
es decir, 10 toneladas diarias de producción, se alcanzará cuando se
logre la cifra de 70 personas trabajando en la planta, lo que la haría
completamente operativa.
Mariángel Salazar era una joven
profesora de química. Fue postulada por su consejo comunal y, a través
de la Misión Saber y Trabajo, ingresó a la Islamar como encargada del
control de calidad.
Ella
hace una pausa en su horario de almuerzo y cuenta la importancia de la
experiencia para la comunidad. “Ha sido realmente gratificante, es la
primera vez que vemos en el municipio que personas de las mismas
comunidades y los mismos sectores tuvieran esta recepción de empleos y
que eso sea fructífero para su bienestar: tener un trabajo digno
brindándole a las comunidades cercanas productos pesqueros”.
Con su rostro rubicundo rematado por
unos lentes de marco grueso y negro, relata que al principio hubo
dificultades, ocasionadas por los tiempos de la burocracia y por la
falta de los medios económicos que necesitaban para la puesta a punto de
la planta. “La clave ha sido la perseverancia. Si hubiésemos dejado que
otro viniera a resolvernos los problemas, un especialista, y no nos
hubiéramos ocupado de resolver esos detalles, no habríamos avanzado”,
dice.
Mientras las trabajadoras y trabajadores
se despojan de barbijos y delantales, entre sonrisas y charla
distendida, haciendo el alto obligado para almorzar, Mariándel continúa:
“nada más con ver las instalaciones, vemos que Islamar es una belleza, y
más aún si lo que está dentro de esas instalaciones está fortalecido y
está compenetrado con el corazón”.
Luego del almuerzo, la jornada laboral
se reanuda con el pesado de los chorizos ya manufacturados. Actualmente,
se producen alrededor de 2 toneladas diarias de alimento. Además de la
expansión en la producción, Luis detalla que las ideas a futuro son
intercambiar productos con otras empresas socialistas de otros estados,
para afianzar y apuntalar experiencias similares.
Mientras
tanto, Islamar avanza día a día con el esfuerzo de todos los que forman
parte de ella. “Lo esencial es la participación del trabajador dentro
de las decisiones de producción, debemos tener el pensamiento de
enjambre y no el de una abeja. Todos hacemos propuestas y llegamos a la
conclusión de cuál es el mejor camino para seguir creciendo”, concluye
Luis.
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